En algún momento de nuestra vida, todos hemos experimentado el dolor de aferrarnos a algo que nos lastima. Tal vez sea una relación, un trabajo, una idea o incluso una emoción como el resentimiento o el miedo. Nos aferramos con la esperanza de que, de alguna manera, las cosas mejoren. Pero cuanto más fuerte sostenemos, más profundo es el daño.
Imagina sostener una cuerda que te está raspando las manos. El instinto puede ser apretar más fuerte, como si así pudiéramos controlar la situación. Sin embargo, el verdadero alivio viene cuando decidimos soltarla. Este acto, aunque sencillo en teoría, es uno de los desafíos más grandes del ser humano. Soltar no es un signo de debilidad; es un acto de sabiduría y fortaleza.
La paradoja de soltar
Uno de los errores comunes es creer que soltar equivale a renunciar. Sin embargo, soltar no significa abandonar nuestros valores o metas; significa dejar ir aquello que ya no nos sirve o que está fuera de nuestro control. Epicteto, el filósofo estoico, decía: “No te aferres a nada que no sea tuyo. Lo que no puedes controlar, nunca fue realmente tuyo.”
En muchas ocasiones, sufrimos más por lo que imaginamos que podría suceder al soltar, que por lo que realmente ocurre. Nos quedamos atrapados en “qué pasará si…” y dejamos que nuestra imaginación amplifique el miedo. Este sufrimiento anticipado nos encadena, manteniéndonos en una situación que no nos beneficia.
El peso del pasado y la incertidumbre del futuro
El pasado y el futuro son, muchas veces, las cuerdas que más nos cuesta soltar. Recordamos con angustia lo que no salió bien o imaginamos escenarios catastróficos sobre lo que podría suceder. Marco Aurelio nos recordaba que el pasado ya no existe y el futuro aún no ha llegado, por lo que nuestra energía debería concentrarse en el presente.
Aferrarse al pasado significa cargar con una mochila llena de errores, culpas y arrepentimientos. Soltar no implica olvidar, sino aceptar que no podemos cambiar lo que ya ocurrió. Por otro lado, el futuro nos atrapa en una red de posibilidades que aún no son reales. Soltar el futuro no es dejar de planificar, sino dejar de temer aquello que aún no ha sucedido.
La ciudadela interna y el arte de decidir qué soltar
En una columna anterior, hablé sobre la ciudadela interna, ese refugio mental donde decidimos qué dejamos entrar y qué rechazamos. Soltar es, en esencia, construir las puertas de esa ciudadela. Cada vez que elegimos no reaccionar ante un comentario hiriente, un fracaso pasado o un temor futuro, fortalecemos nuestra capacidad de discernir qué merece nuestra atención.
Un ejemplo práctico es analizar nuestras preocupaciones diarias y preguntarnos: ¿esto está bajo mi control? Si la respuesta es no, soltar es la mejor decisión. Si es sí, entonces podemos actuar desde un lugar de calma, en lugar de reactividad.
Soltar no es pasividad, es acción consciente
Un error común es confundir el acto de soltar con pasividad o resignación. En realidad, soltar requiere más valentía que aferrarse. Cuando soltamos, estamos tomando una decisión activa de priorizar nuestra paz mental y emocional sobre el caos externo.
Por ejemplo, en el ámbito profesional, soltar un proyecto que no está funcionando puede parecer un fracaso, pero en realidad puede ser la mejor estrategia para redirigir nuestra energía hacia algo más productivo. En el ámbito personal, soltar una relación tóxica no significa que no valoramos el esfuerzo invertido, sino que reconocemos que nuestro bienestar es más importante.
La gratitud como herramienta para soltar
La gratitud es una herramienta poderosa para ayudarnos a soltar. Cuando reconocemos lo que ya tenemos, es más fácil dejar ir lo que nos falta o lo que no podemos cambiar. Practicar la gratitud nos recuerda que soltar no es perder; es hacer espacio para nuevas oportunidades y aprendizajes.
Un ejercicio sencillo es reflexionar cada noche sobre tres cosas por las que estamos agradecidos. Incluso en los días más difíciles, siempre hay algo por lo que podemos sentir gratitud: una conversación, un momento de calma, o incluso la lección aprendida al soltar algo que nos lastimaba.
La metáfora de la cuerda aplicada a la vida diaria
La metáfora de la cuerda nos enseña que, a veces, el dolor no proviene de la situación en sí, sino de nuestra resistencia a dejarla ir. Un ejemplo cotidiano podría ser el enojo ante un comentario negativo en redes sociales. Cuanto más tiempo dedicamos a leer, analizar y responder, más profundo es el daño emocional. Soltar significa dejar de interactuar con ese estímulo y enfocarnos en lo que realmente importa.
Otro ejemplo es el resentimiento hacia alguien que nos ha herido. Aferrarnos a ese sentimiento no afecta a la otra persona, pero sí erosiona nuestra paz interior. Soltar no significa justificar la acción del otro, sino liberar nuestra mente de un peso innecesario.
La libertad de soltar
Cuando soltamos, liberamos espacio mental y emocional para enfocarnos en lo que realmente importa. Estoicismo, mindfulness y filosofía práctica coinciden en que el acto de soltar es esencial para una vida equilibrada. La libertad no está en poseer más o controlar todo, sino en elegir conscientemente qué dejamos ir para vivir plenamente.
Conclusión
El arte de soltar no es fácil, pero es esencial para vivir con serenidad y propósito. Soltar no es renunciar, sino reconocer que algunas cosas no están destinadas a quedarse en nuestra vida. Es un acto de valentía, un paso hacia la libertad y un recordatorio de que, al dejar ir lo que nos lastima, hacemos espacio para lo que nos nutre. Así como soltar la cuerda alivia nuestras manos, soltar el pasado, el miedo y la resistencia nos alivia el alma.
Nuevamente, excelente exposición. Gracias
Impecable. Gracias Mauricio.